Resident Evil 4 ha llegado a mis manos más de diez años después de su lanzamiento. ¿Ha sobrevivido el juego más icónico del survival horror al paso del tiempo?
Hay juegos que marcan años. Otros son recordados con cariño por el tiempo. Algunos influyen en la forma en la que se ve su género o son incluso considerados un antes y un después en la industria. Pero pocos de ellos pueden igualarse con Resident Evil 4 y su transformación, en primer lugar, de lo que era la saga y también creando las bases de la acción con disparos en tercera persona. Todo sin olvidar, a diferencia de sus secuelas, las raíces de su serie: la supervivencia y el terror.
Recientemente llegó a PlayStation 4 y Xbox One una remasterización de este emblemático título. Con esta ya es la tercera generación en la que aparece y, sin embargo, para mí será la primera vez que lo pruebo. Y con esa mentalidad irá dirigido este análisis: no desde la perspectiva de su reaparición en consolas, sino desde la visión de un jugador primerizo.
Con Resident Evil 4 he sentido como algo se revolvía entre mis entrañas. Una sensación que no recuerdo en ningún otro juego, que no es miedo o terror, ni emoción por los momentos de acción. Me he sentido incómodo. Incómodo e inquieto.
Jugar a Resident Evil 4 en sesiones cortas resulta casi un entretenimiento ligero y placentero. Pegas un par de tiros, coges los objetos del lugar en cuestión y prosigues hacia tu destino, señalado claramente en el mapa. Sin embargo, todo cambia cuando la sesión se prolonga (y, a poder ser, tiene lugar de madrugada). La tensión constante de tener que estar atento en todo momento a las posibles trampas, emboscadas y los gritos -detrás de ti, imbécil- que te alertan de los ataques enemigos acaba calando en tu piel. El observar, además, las terribles criaturas que asoman del interior de algunos de ellos continuamente acaba poniéndote los nervios de punta y volviéndote paranoico: no pocas veces desperdicié un par de balas por dar por hecho que del reciente cadáver saldría el temido parásito.
Estos enemigos merecen un punto aparte, porque son sin duda una de las claves de este juego. Un conjunto de humanoides (en el mejor de los casos) que te acosan (casi) continuamente a lo largo de la aventura. La mayoría se crecen en multitud, sobre todo por tu cadencia de disparo, pero algunos de ellos te ponen en apuro por sí solos. En mi opinión el más emblemático de todo, más incluso que los jefes, es el Dr. Salvador. Un señor cuya infección lo ha convertido en un maldito pesado que motosierra en mano y bolsa en la cabeza provoca algunos de los momentos más estresantes del juego. Incluyendo entre ellos la decapitación si no consigues acabar con él. Todo un amor, vaya.
La clave de Resident Evil 4 es esta casi incesante lucha contra los enemigos. Por si queda alguna duda, en esta ocasión no son zombis, sino humanos infectados por extrañas criaturas inteligentes muy perturbadoras. Pero esta continua exposición a la acción está sorprendentemente equilibrada. Esto no es Dead Rising, aquí no somos poderosas máquinas de matar enfrentando a cientos de enemigos. De hecho, León es un personaje que define esa incomodidad ya mencionada. Torpe, incapaz de moverse y disparar y con la capacidad para darse la vuelta de un anciano reumático. No estamos indefensos, pero tampoco tenemos precisamente ventaja.
Y es que todas esas limitaciones, que en prácticamente cualquier otro juego irían en su contra, suponen un importante punto a favor en las aventuras del único pueblo de España habitado únicamente por hispanoamericanos. Porque Resident Evil 4 no es un buen juego ni de acción ni de terror, sino de supervivencia. De disparar con miedo a que se te acaben las balas, de correr ante la llegada de oleadas de aldeanos y de jugar con el escenario para compensar la desventaja numérica.
Es por eso que en él se observan todos los elementos que definen a la saga. Y eso incluye aquellos introducidos aquí que llevaron a la serie por un camino cuestionable. Hasta qué punto visto a posteriori hizo más bien que mal esta entrega al futuro de su nombre es difícil de precisar, pero en cualquier caso al juego en sí poco se le puede reprochar a este respecto. El giro hacia la acción no solo no le hizo ningún mal, sino que hace de este uno de los mejores survival horror que he tenido el placer de probar.
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