Si has soñado alguna vez con impartir justicia, deliciosa y violenta justicia, con una katana y armas de fuego, Shadow Warrior 2 es tu juego. Y creo no ser el único así de loco.
Hay una escena de Kill Bill muy emblemática que simboliza perfectamente lo que es Shadow Warrior 2. En ella Uma Thurman, caracterizada como La Novia, entra en el templo de uno de sus objetivos vengativos. Allí, armada con solo una katana y rodeada de guerreros portando la misma arma, empieza una danza de sangre, desmembramiento y ultraviolencia. Un ritual ante el cual un ojo escéptico podría preguntarse por qué a nadie se le ocurrió coger un subfusil y meterle metrallas en los pulmones a la señora y dejarse de tonterías.
Pues bien, Shadow Warrior 2 recoge esa filosofía de Kill Bill y le añade a la katana armas de fuego para contentar a ese señor escéptico. Para eso y también para reforzar aún más si cabe el espectáculo gore que ofrece a aquel que tome el control de Lo Wang.
No estamos precisamente ante un título que tire por la sutileza y no muestra ningún tipo de vergüenza por ello. Pasan apenas un par de minutos de calma para acostumbrarse a los controles hasta que aparece una situación conflictiva que resolver a base de destrozar todo lo que se te ponga por delante.
Este planteamiento simple podría ser un problema y llevar a la monotonía en poco tiempo si estuviese mal implementado o contase con unos pobres controles y sistema de combate, pero lo cierto es que sucede todo lo contrario. Es la jugabilidad la que elige al alcalde la que otorga la frescura y dinamismo que precisa esa fórmula.
Saltar, correr, atacar, cambiar de arma, curarse… nada nuevo por el horizonte: todo esto lo hemos visto ya una y otra vez en numerosos títulos. Solo el dash o sprint instantáneo con el que cuenta el protagonista puede considerarse un elemento más original que el resto, pero incluso este ha sido catado por todos nosotros en otras ocasiones. No son estos elementos simpemente los que hacen tan divertido de jugar a Shadow Warriors 2, sino el buen uso de cada uno de ellos.
Nuestro personaje no tiene limitaciones físicas: esto queda claro desde el mismísimo tutorial, en el que se nos incita a saltar hacia una superficie mucho más baja aclarándonos que Lo Wang no sufre daños por caída. Tampoco cuenta con ninguna barra de energía a la hora de correr o usar el dash. La obra se quita de encima esas limitaciones y nos deja libertad absoluta para hacer las locuras frenéticas que más nos va a apetecer hacer en sus combates endiablados.
Además, Shadow Warriors 2 cuenta con un ligero toque rol al permitir adquirir y subir habilidades y características, pero sobre todo por las armas. Hay una gran arsenal de ellas y pueden personalizarse utilizando los amuletos mágicos que encontraremos a lo largo de la partida para añadirle ciertas potencialidades. Estas pueden ser aprovechadas para atacar las debilidades de los distintos rivales, lo que añade un pequeño toque estratégico a las batallas muy refrescante.
Así, lo que podría haber sido prolongar una acción tosca hasta la desidia del jugador se convierte en todo un espectáculo de movimiento. Llegan los enemigos. Te acercas rápidamente y rajas a uno de ellos (sin llegar a matarlo) con tu katana. Retrocedes, sacas una ametralladora y mientras disparas te deslizas velozmente hacia tu derecha esquivando los disparos. Utilizas el dash, apareces a la espalda de tus oponentes y siegas la vida de varios de ellos en lo que vuelven a apuntarte.
Con un poco de suerte saldrás con gran cantidad de vida de ese tipo de enfrentamientos si sabes dar un buen uso a tus posibilidades. Si la cosa estuvo reñida, quizás tengas que recurrir a tu poder curativo y esperar aguantar con más entereza el siguiente enfrentamiento. En el peor de los casos, mueres. Pero seguramente en ningún caso habrás tenido tiempo de aburrirte.
Para todo aquel que no haya jugado al primer Shadow Warriors (como es mi caso) la ambientación y la trama en general pueden ser confusas. El uso de una katana y de espacios con aspecto medieval pasamos (coche mediante) a unos sombríos y futuristas. Mientras, el juego nos da el control tras prácticamente no ofrecernos ningún tipo de información. ¿Importa mucho este desconcierto inicial en la experiencia de juego? No realmente.
Lo cierto es que seguramente en los momentos iniciales estés más ocupado empapándote de la belleza visual de este título: una poderosa iluminación y fuertes colores marcan la estampa de presentación de este juego. Cuando has dejado de observar el mundo que te rodeas, tomas las riendas del personaje y quedan definitivamente de lado las preguntas sobre qué está pasando.
Aun así, es cierto que puede provocar desconcierto el escaso control sobre los acontecimientos que desencadenan el curso de la historia, pero con el paso de las horas esto se va desvaneciendo. Tras esos primeros momentos de incertidumbre, queda una trama que, si bien no ganará ningún premio y tira de algún que otro convencionalismo, resulta sorprendentemente sólida y entretenida, capaz de aguantar el desgaste energético que supone combatir frenéticamente una y otra vez.
Uno de los aspectos que funcionan bien a pesar del escepticismo que en mí despertaba es el propio protagonista: Lo Wang un gamberro de tomo y lomo. Nada nuevo bajo el sol, es un tipo de personaje que aparece una y otra vez en el cine y los videojuegos y que de hecho empieza a ser ya un cliché chirriante. Sin embargo, en este caso el toque humorístico que aporta funciona y ayuda a relajar el ambiente para recordarnos que esto no es un drama sino una locura gore.
Tras una sucesión de combates a toda velocidad contra enemigos sacados de la mitología oriental, giros de guion, espectáculo violento, humor y toques de rol solo me queda decir una cosa: qué bonita es Asia y qué agradable es disfrutar de sesgar cientos de vidas sabiendo que ellos solo tienen una oportunidad, pero que tú resucitas todas las veces que sea necesario para aniquilar a tus adversarios.
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